EL MAPAMUNDI MAS ANTIGUO
El mapamundi más antiguo que se conoce es una tablilla de arcilla cocida de origen Babilónico del siglo VI a.C. que conserva en el Museo Británico. Dos tercios de su anverso están ocupados por el mapa, mientras que el otro tercio y todo el reverso están ocupados por un texto que explica el conjunto representado.
Para los babilonios la tierra era la parte habitable del planeta y aparece representada en este mapa como una superficie plana y redonda cruzada por dos líneas verticales, que representan los ríos Tigres y Eufrates. En el interior de este disco se dibujan y nombran las regiones de la tierra y se especifican datos concretos, como medidas y distancias. Se nombran también algunas ciudades y el río Eufrates.
Un poco por encima del centro está Babilonia, su nombre aparece escrito y enmarcado. Las otras ciudades están representadas con un círculo que a veces contiene el nombre y otras solamente un punto.
La tierra habitable está rodeada por un océano en forma de anillo llamado Río Amargo. Más allá de este círculo, se resumen las regiones que quedan en la periferia del planeta; las anotaciones se refieren a una zona en la que “no se ve el sol” poblada por animales legendarios y demoníacos.
El norte está en la parte superior del mapa.
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No se conservan mapas originales de la cartografía griega, pero sí muchos textos explicando la evolución de los conocimientos geográficos de nuestro planeta. En base a la interpretación de estos textos se han realizado reproducciones muy exactas y fiables.
Las primeras descripciones de la tierra en la antigua Grecia fueron herederas de la tradición babilónica. La imaginaron como un disco plano envolviendo al Mar Mediterráneo y rodeado a su vez por un océano-río en cuyo extremo más lejano se apoyaba la bóveda celeste.
Esta es la idea de la tierra que trasmite Homero en la Ilíada y especialmente en la Odisea. La tierra, según la concebían Homero y sus coetáneos, era un disco flotando sobre el agua en el interior de una semiesfera transparente que era el cielo. Por debajo de la tierra habitable y del agua, se encontraba el Tártaro, el reino de la oscuridad y de los muertos.
INTERPRETACIONES EN LA GRECIA CLÁSICA. ESFERICIDAD DE LA TIERRA
El esfuerzo por fundamentar racionalmente los conocimientos teóricos, condujo a los pensadores griegos a estructurarlos y sistematizar las disciplinas científicas y, al amparo de los nuevos conocimientos en astronomía, cosmología y geometría, ocurrió un cambio importante en la forma en que el hombre entendía los fenómenos naturales y el mundo físico que le rodeaba, de manera que la tierra, tanto la conocida como la desconocida, se describía cada vez con más probabilidades de acierto.
Parménides (514-450 a.C.), fue el primero en describir la esfericidad de la tierra y la situó en el cetro del universo. Acertó con la forma, aunque no fueron cuestiones geométricas o astronómicas las que indujeron tal afirmación, sino la cabal preferencia por la simetría y el equilibrio, conceptos estos muy gratos a los pensadores griegos. Siendo la esfera la forma más pura y perfecta del universo, solo cabía esperar que el universo mismo y la tierra toda, participaran de esta perfección.
Sin embargo, a la claridad cada vez más firme de los conocimientos científicos, la teoría de la esfericidad de la tierra se afianzaba. Aristóteles se sumó a ella y sustentó la teoría exponiendo razones de tipo geométrico y también de índole práctica. Argumentó que si un observador inmóvil ve aparecer un objeto por la línea del horizonte, por ejemplo, un barco, ve primero la parte superior del mismo, los mástiles, y luego la inferior, el casco. Si este mismo observador se desplaza en dirección Norte-Sur siguiendo la línea de un mismo meridiano, verá cambiar la elevación de la estrella Polar y, a su vez, aparecer estrellas y constelaciones en la línea del horizonte que no se veían en el lugar de origen. Estos hechos sólo podían explicarse si el observador se hallaba sobre una superficie esférica. Otro argumento tenía que ver con la física que él había desarrollado,
“En cuanto a su forma, la Tierra es necesariamente esférica (...) De un lado, es evidente que si las partículas que la constituyen proceden de todas partes dirigiéndose hacia un mismo punto, el centro, la masa resultante debe ser necesariamente regular, pues si se añade una misma cantidad por todo el entorno, la superficie del cuerpo exterior obtenido forzosamente equidistará del centro. Tal figura es la esfera.”
Aristóteles avanzó una cifra: calculó la longitud de la circunferencia del planeta en 400.000 estadios, unos 72.000 kilómetros. Poco tiempo después, Dicearco de Mesina (350-290 a.C.), considerado como uno de los más importantes geógrafos griegos, ajustó bastante esta medida. Realizó un mapa en el que trazó una línea principal a la que llamó ‘Diafragma’, precursora del ecuador, que siguiendo el Mediterráneo dividía la superficie terrestre en dos mitades, una meridional y otra septentrional. También imaginó otra línea perpendicular a la anterior, que trazó pasando por Rodas. Desde el punto de intersección de ambas líneas, calculó la longitud de la circunferencia en unos 300.000 estadios y realizó un estudio sobre la altura de los montes del Grecia, algo muy novedoso, pues no parece que los datos sobre el relieve terrestre importaran mucho a nadie en aquellos tiempos
CARTOGRAFÍA ALEJANDRINA. LA MEDIDA DE LA TIERRA
Según iba pasando el tiempo, la sistemática científica afinaba cada vez más y la geometría aplicada a la astronomía estuvo en situación de establecer mediciones muy precisas derivadas del estudio de los movimientos planetarios. Para entonces los cosmólogos estaban volcados en la astronomía y en el universo, pero para hacer más entendibles las magnitudes cósmicas se precisaba una medida exacta de la tierra, referente y centro del universo.
Por fin fue Eratóstenes de Cirene (276-194 a.C.), filósofo, astrónomo, matemático, geógrafo y director de la biblioteca de Alejandría, el que acertó en medir con exactitud la longitud del meridiano terrestre. Lo hizo comparando la inclinación de los rayos solares en Siena (actual Assuán) y en Alejandría en el momento exacto del mediodía del solsticio de verano. Como Siena se encuentra justo encima del trópico, en este momento exacto de ese preciso día (22 de Junio), una estaca clavada en vertical sobre el suelo, no debe dar sombra. En Alejandría, que está prácticamente en el mismo meridiano que Siena pero está más al Norte, sí. Allí la sombra formaba un ángulo de 7° 12' respecto a la vertical. Como esta cantidad es casi exactamente la cincuentava parte de la circunferencia, bastaba medir la distancia entre ambas ciudades y multiplicarla por 50 para saber la medida total del círculo. De esta manera calculó Eratóstenes con bastante precisión que el meridiano medía 39.500 kilómetros, lo que no está nada mal teniendo en cuenta que la medida correcta es de unos 40.000 kilómetros.
Aparte de su gran hallazgo, Eratóstenes perfeccionó las artes cartográficas proponiendo un sistema irregular de paralelos y meridianos para ubicar cada punto en el mapa. Atendiendo a los conocimientos aportados por los topógrafos que acompañaron a Alejandro Magno en sus campañas asiáticas, dibujó un nuevo mapamundi que perfeccionaba los anteriores de Anaximandro y Hecateo, completando el continente asiático hasta la India, e introduciendo tierras nuevas, como la isla Taprobana, que en adelante tendría presencia continuada en toda la cartografía hasta el renacimiento.
Según iba pasando el tiempo, la sistemática científica afinaba cada vez más y la geometría aplicada a la astronomía estuvo en situación de establecer mediciones muy precisas derivadas del estudio de los movimientos planetarios. Para entonces los cosmólogos estaban volcados en la astronomía y en el universo, pero para hacer más entendibles las magnitudes cósmicas se precisaba una medida exacta de la tierra, referente y centro del universo.
Por fin fue Eratóstenes de Cirene (276-194 a.C.), filósofo, astrónomo, matemático, geógrafo y director de la biblioteca de Alejandría, el que acertó en medir con exactitud la longitud del meridiano terrestre. Lo hizo comparando la inclinación de los rayos solares en Siena (actual Assuán) y en Alejandría en el momento exacto del mediodía del solsticio de verano. Como Siena se encuentra justo encima del trópico, en este momento exacto de ese preciso día (22 de Junio), una estaca clavada en vertical sobre el suelo, no debe dar sombra. En Alejandría, que está prácticamente en el mismo meridiano que Siena pero está más al Norte, sí. Allí la sombra formaba un ángulo de 7° 12' respecto a la vertical. Como esta cantidad es casi exactamente la cincuentava parte de la circunferencia, bastaba medir la distancia entre ambas ciudades y multiplicarla por 50 para saber la medida total del círculo. De esta manera calculó Eratóstenes con bastante precisión que el meridiano medía 39.500 kilómetros, lo que no está nada mal teniendo en cuenta que la medida correcta es de unos 40.000 kilómetros.
Aparte de su gran hallazgo, Eratóstenes perfeccionó las artes cartográficas proponiendo un sistema irregular de paralelos y meridianos para ubicar cada punto en el mapa. Atendiendo a los conocimientos aportados por los topógrafos que acompañaron a Alejandro Magno en sus campañas asiáticas, dibujó un nuevo mapamundi que perfeccionaba los anteriores de Anaximandro y Hecateo, completando el continente asiático hasta la India, e introduciendo tierras nuevas, como la isla Taprobana, que en adelante tendría presencia continuada en toda la cartografía hasta el renacimiento.
Cartografía de la Alta Edad Media
Detalle del discario de Ebstorf, 1234
Desde el principio de la Edad Media desapareció el interés por el rigor científico que prevaleciera en la época clásica. Por los caminos de una tierra plana cuyos límites se desconocían se esfumó afán de precisión. En el alto medievo, la perspectiva cosmográfica y la descripción de la tierra derivaron hacia el ámbito de lo legendario, lo religioso y lo simbólico.
La desaparición casi total de la visión científica del mundo aportada por la cultura clásica no obedeció probablemente a una tentativa deliberada del cristianismo por arrinconar el conocimiento ‘pagano'. Es más razonable pensar que tras la conmoción derivada de las invasiones germánicas y de la caída del Imperio Romano, tuvo lugar un cambio rápido y radical en las formas de vida y pensamiento. El afianzamiento de la religión cristiana impulsó nuevos temas de interés y un enfoque esencialmente distinto de la manera de enfrentar el conocimiento.
A medida que los monasterios se consolidaban como centros de conservación y propagación de la cultura, las nuevas producciones ocupaban un lugar preferente en las bibliotecas. Muchos escritos antiguos quedaron amontonados y olvidados en los lugares menos accesibles de los scriptoriums o en las bodegas de los monasterios. Pero esto sucedió más por carecer de aliciente que como resultado directo de una censura eclesial sistemática. Esta relegación, sin embargo, bastó para que el rigor científico de la cosmografía clásica se olvidara y desapareciera del mapa.
(NOTA: Sin embargo en la memoria del subsuelo muchos de los viejos textos fueron conservados por el polvo y reaparecerían con vigor siglos después. La obra de Ptolomeo es un buen ejemplo de ello).
Cartografía de la plena y baja Edad media. Los grandes mapamundi circulares
Fragmentos de una página del libro de horas del Duque de Berry. Principios del S. XV
Como el hombre medieval manifestó una afición notable a los largos viajes y peregrinaciones y Valdeperrillos es un pueblo competente en el tema del cambio climático, aprovecho el momento y lugar para comentar que entre los siglos IX y XIV, tuvo lugar en la Europa de la Edad Media un largo período de climatología bonancible, algo más calido que el actual, que sin duda actuó a favor de la vitalidad, el ansia de aventura y el espíritu viajero del hombre del medievo.
Apenas existe literatura de carácter profano anterior al siglo XII, el mundo medieval se expresa en un lenguaje de código cerrado que no nos ha llegado ‘traducido’ y desarrolla una rica simbología representada en figuras con frecuencia extravagantes, grotescas o monstruosas. Se trata de una semiótica que, no siendo fácil de interpretar, a menudo conduce al prejuicio de pensar que se trató de un tiempo oscuro y dogmático que transcurrió sumido en la superstición, de espaldas al conocimiento y a la cultura. Esta idea de la Edad Media no hace justicia en absoluto al mucho ímpetu y curiosidad con que el hombre medieval se posicionaba ante la vida, ante la realidad y ante el mundo.
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